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El cerebro del niño: claves para entender su funcionamiento
Comprender cómo es el cerebro del niño nos ayuda a interpretar mejor sus conductas, a saber educarlo y acompañarlo de una manera eficaz y, en definitiva, a ser mejores padres y madres. Hablamos con el psicoterapeuta Rafa Guerrero sobre el apasionante mundo del cerebro infantil y adolescente.
- ¿Por qué es importante, como padres, conocer cómo funciona y se desarrolla el cerebro del niño?
- Para entender mejor cómo funciona el cerebro del niño, utilizas la metáfora de los cuatro cerebros: el rojo, el verde, el azul y el amarillo. ¿Podrías explicar a grandes rasgos en qué consiste?
- ¿Qué podemos hacer los padres y las madres para acompañar y ayudar al niño a desarrollar su cerebro de forma sana y equilibrada? ¿Y qué errores debemos evitar?
- Pongamos el ejemplo de los berrinches: ¿cómo acompañar adecuadamente su frustración y ayudar a nuestros hijos a aprender a regular sus emociones?
- En tu libro, hablas de las neuronas espejo. ¿Qué son las neuronas espejo y cómo influye nuestra conducta en la forma de actuar y de ser de nuestros hijos?
- ¿Qué importancia tiene la genética y el ambiente en el desarrollo óptimo del cerebro del niño? ¿Hay alguna más determinante que la otra?
- Afirmas que la idea de “cuanto más estimulemos a nuestros hijos, mejor” es completamente falsa. Sin embargo, necesitamos un mínimo de estimulación para que nuestro cerebro se desarrolle de una manera sana...
- ¿Existen diferencias en el cerebro de niños y niñas? ¿En qué aspectos prácticos del día a día se notan estas diferencias? ¿Debemos acompañarlos de una manera distinta?
- En tu libro, comentas que existe una segunda oportunidad para el cerebro. ¿Hay posibilidad de enmendar errores de la infancia?
- ¿Qué podemos hacer los padres de niños pequeños para no llevarnos sorpresas cuando lleguen a la etapa de la adolescencia? ¿Podemos prepararnos (y prepararlos) de alguna manera?
¿Por qué es importante, como padres, conocer cómo funciona y se desarrolla el cerebro del niño?
Conocer cómo funciona y cómo se desarrolla el cerebro es fundamental para mamás y papás por varios motivos. En primer lugar, porque nos permite llevar a cabo buenas atribuciones como padres.
Por ejemplo, comprender cómo es el cerebro de un niño de dos años que está en pleno berrinche nos va a permitir no hacer atribuciones del tipo “es un niño consentido”, “es un niño malo”, pues sabremos que, cuando el pequeño está viviendo una emoción como es la rabia, difícilmente la podrá gestionar y controlar.
En segundo lugar, si sabemos cómo funciona el cerebro de mi hijo, vamos a estar más capacitados para poder establecer correctas expectativas. Es decir, vamos a poder plantear objetivos y retos que sean alcanzables para mi hijo.
Y, en definitiva, como bien dice mi buena amiga Marian Rojas Estapé, porque “conocer es aliviar”. Conocer cómo funciona el cerebro, conocer cómo es el comportamiento y el desarrollo de los niños, nos va a dejar más tranquilos y relajados. Y esto es algo fundamental a la hora de educar a nuestros hijos.
Para entender mejor cómo funciona el cerebro del niño, utilizas la metáfora de los cuatro cerebros: el rojo, el verde, el azul y el amarillo. ¿Podrías explicar a grandes rasgos en qué consiste?
Para explicar cómo crece, cómo se desarrolla y cómo se conecta el cerebro, utilizo el modelo pedagógico de los cuatro cerebros. De manera muy esquemática, consiste en dividir en cuatro grandes zonas el encéfalo. Por eso, hablo del cerebro rojo, el cerebro verde, el cerebro azul y el cerebro amarillo.
El primer cerebro, que es el que aparece en neonatos y en bebés de una manera más innata, es el cerebro rojo. Este cerebro se encarga de la parte más instintiva, es el que tiene que ver con la supervivencia. En este cerebro rojo, ubicamos las necesidades fisiológicas: la alimentación, la hidratación, una temperatura estable, el descanso, en definitiva, todos los aspectos que tienen que ver con una buena salud física.
En un segundo momento, tenemos el cerebro verde, que es el que se encarga de la parte más emocional. En este cerebro, es donde experimentamos y sentimos las emociones, pero también donde establecemos los vínculos con nuestros padres, con nuestras figuras de apego principales. Es el cerebro vinculado con las relaciones, con la socialización, algo muy importante para nosotros, como mamíferos y primates que somos.
En un tercer momento, aparece el cerebro azul, que es un cerebro que tiene que ver, sobre todo, con la memoria a largo plazo, donde almacenamos muchos conceptos, muchas ideas, muchas habilidades.
Y, en último lugar, tenemos el cerebro amarillo, que es el cerebro más complejo y el último que se acaba de desarrollar. A diferencia del rojo, que es innato, el cerebro amarillo es aprendido. Esto quiere decir que aquí la presencia de mamá, papá, profesores y todo el entorno del menor va a ser fundamental.
En el cerebro amarillo, ubicamos lo que tiene que ver con las funciones ejecutivas, es decir, la capacidad para concentrarnos, para controlar nuestros impulsos, nuestra memoria operativa, la capacidad de toma de decisiones, y, por supuesto, la autorregulación emocional. Es la zona del cerebro que está más influida por la educación.
¿Qué podemos hacer los padres y las madres para acompañar y ayudar al niño a desarrollar su cerebro de forma sana y equilibrada? ¿Y qué errores debemos evitar?
Los adultos que rodeamos al niño, en especial, mamá y papá, somos los encargados de esculpir su cerebro. Y eso es tanto para bien como para mal.
Desde luego, la genética tiene mucho que decir, pero, sobre todo, somos nosotros, los padres, las madres, los profesores, la sociedad, en definitiva, los adultos que rodeamos a los niños, los encargados de ayudarlos a ir por el buen camino o al contrario, en caso de que no lo hagamos bien.
Para que nuestros hijos se desarrollen de una manera sana y equilibrada, y tengan una buena salud mental, es muy importante protegerlos, fomentar su autonomía, permitir su curiosidad y sus ganas de explorar. También hay que ponerles límites, ayudarles a regular sus emociones, empoderarlos, creer en ellos, conectar o sintonizar con sus emociones, y ser responsivos, es decir, dar respuesta a lo que ellos realmente necesitan.
¿Y qué cosas debemos evitar? El mayor riesgo consiste en irnos a los extremos. Por poner un ejemplo: debemos evitar tanto la sobreprotección como la negligencia, que es la ausencia de protección. Cada una de las necesidades que hemos comentado antes tenemos que cubrirlas en su justa medida.
Pongamos el ejemplo de los berrinches: ¿cómo acompañar adecuadamente su frustración y ayudar a nuestros hijos a aprender a regular sus emociones?
Todos los niños pasan en mayor o menor medida por la fase de los berriches y es un tema que nos preocupa mucho. Tanto los niños como los adultos lo pasamos realmente mal. En relación a los berriches, hay que tener en cuenta algunos aspectos importantes.
En primer lugar, sobre todo en niños pequeños, lo más importante es acompañarlos, estar ahí para apoyarlos de una manera incondicional, sin etiquetar ni juzgar en ningún momento su conducta.
En los menores de tres años, los berriches son genuinos, existe un sufrimiento real, no hay teatro, no hay una actuación, como sí puede darse a partir de los cuatro años, más o menos, cuando puede haber una puesta en escena para conseguir algo a cambio.
Por debajo de los tres años, eso no se puede dar porque el cerebro no se ha desarrollado lo suficiente; en concreto, hablamos de la corteza frontal, algo que no se produce hasta pasados los tres años o cuatro, en el mejor de los casos.
Después, lo que hay que hacer es conectar y redirigir, como bien dice el psiquiatra Daniel Siegel. Es decir, llegamos a la autorregulación desde la heterorregulación.
Cuando los niños hayan alcanzado el equilibrio gracias a nuestra calma y a nuestra tranquilidad, porque los niños no se calman solos, sino que aprenden a calmarse gracias a un adulto, podemos redirigir su comportamiento, hablar de ello, utilizando una narrativa adecuada. Y esto es algo que solo podemos conseguir si estamos tranquilos. Con lo cual, primero conecto y luego redirijo.
En tu libro, hablas de las neuronas espejo. ¿Qué son las neuronas espejo y cómo influye nuestra conducta en la forma de actuar y de ser de nuestros hijos?
Las neuronas espejo son importantes e interesantes cuando hablamos del ser humano. Son un tipo concreto de neuronas que se ubican, principalmente, en la corteza frontal, lo que antes hemos llamado el cerebro amarillo, y que se activan en tres momentos: cuando estamos haciendo algo, cuando vemos a alguien que está haciendo algo y, una cosa curiosa que ocurre solamente en el caso del ser humano, cuando nos imaginamos a nosotros mismos o a otra persona haciendo algo.
Y esto tiene que ver con la intencionalidad, con la función simbólica. Los seres humanos, a diferencia del resto de los primates, captamos la intención. Si yo me pongo delante de mi hijo y hago como si estuviera pelando un plátano, sus neuronas espejo se están activando, algo que no ocurre, por ejemplo, con los chimpancés, porque no son capaces de captar la intencionalidad, la función simbólica.
Esto quiere decir que las neuronas espejo son fundamentales porque, al final, somos modelos para nuestros hijos. De ahí, que sea tan importante que mamá y papá tengan recursos, que sepan cómo comportarse, que sean conscientes de que están educando mediante el ejemplo. Pero no solo mamá y papá, sino toda la sociedad.
¿Qué importancia tiene la genética y el ambiente en el desarrollo óptimo del cerebro del niño? ¿Hay alguna más determinante que la otra?
La genética y el ambiente son fundamentales para el desarrollo del cerebro. En el libro, pongo un ejemplo que es muy ilustrativo: a la hora de construir una casa, tan importante es tener unos buenos planos, realizados por un buen arquitecto, como los materiales que se utilizan para ello. Con la genética y el ambiente, sucede exactamente lo mismo. Ambos son importantes.
Existen ciertos trastornos que tienen una carga genética muy importante: hablamos del trastorno por déficit de atención con hiperactividad o de la esquizofrenia. En cambio, en otros trastornos, el ambiente resulta determinante: es el caso de los trastornos del estado de ánimo, la ansiedad, las fobias o las depresiones.
Al final, el conflicto sobre qué pesa más es difícil de resolver. Simplemente, hay que tener en cuenta que tanto la genética como el ambiente influyen en el desarrollo del cerebro del niño, por lo que hay que tener en cuenta a los dos.
Afirmas que la idea de “cuanto más estimulemos a nuestros hijos, mejor” es completamente falsa. Sin embargo, necesitamos un mínimo de estimulación para que nuestro cerebro se desarrolle de una manera sana...
El cerebro y la naturaleza tienen unos tiempos, unos ritmos, y no por estimular más al niño vamos a conseguir que el cerebro se desarrolle mejor o que se desarrolle antes.
Desde luego, una de las grandes necesidades emocionales que tienen nuestros hijos es que los estimulemos, pero es importante también aquí evitar los extremos, que, en este caso, sería la negligencia, que es la ausencia de estimulación, o la sobreestimulación, el exceso de estímulos, a la cual muchos de nuestros niños están expuestos, con tantas extraescolares y dispositivos tecnológicos a los que tienen acceso.
Una vez más, tanto el déficit como el exceso van a tener una repercusión importante en el desarrollo del cerebro.
¿Dónde está, entonces, el término justo? En cada niño. Hay que estimular a nuestros hijos en función de lo que necesiten. Hay niños que son más activos, más curiosos, que necesitan más estimulación, y otros que, en cambio, lo son menos. Todos compartimos que somos curiosos y que necesitamos estimulación, pero el término medio está en cada niño y cada niño tiene su respuesta.
Esto es como si preguntamos, “¿cuánto arroz le sirvo al niño?”. Pues no lo sé, pregúntale a él cuánta hambre tiene. Desde fuera, no podemos saber cuánto arroz le damos al niño, ni cuánto lo estimulamos. Habrá que ir viendo qué es lo que el niño necesita.
¿Existen diferencias en el cerebro de niños y niñas? ¿En qué aspectos prácticos del día a día se notan estas diferencias? ¿Debemos acompañarlos de una manera distinta?
Sin lugar a dudas. El cerebro del niño y del hombre es diferente en comparación con el cerebro de la niña y de la mujer. Y nos encontramos con estas diferencias ya desde el nacimiento.
En términos genéricos, podríamos decir que los niños se muestran más atraídos por materiales u objetos, sobre todo los que tienen que ver con coches o artilugios tecnológicos. De media, a los niños se les suelen dar mejor las matemáticas, son mejores en razonamiento y en orientación.
En cambio, las niñas, desde bien pequeñas, muestran una mayor predisposición hacia las personas, en lugar de hacia los objetos. Tienden a establecer un mayor contacto visual con su mamá y su papá, son más empáticas, tienen una mayor facilidad para el lenguaje y la gestión emocional es mucho mejor.
Y todo esto se debe a que son más maduras cerebralmente hablando y, por tanto, su corteza prefrontal, que es el cerebro amarillo, que es la zona que se encarga de la gestión del resto del encéfalo, aparte de alcanzar ese desarrollo antes, tiene un desarrollo bastante mejor. Es decir, las mujeres son más ejecutivas, cerebralmente hablando, que los varones.
¿Debemos acompañarlos de una manera distinta? Sí, pero no por el hecho de que sean niños y niñas, sino porque son personas diferentes. A cada niño hay que acompañarlo de una manera distinta. ¿Por qué? Porque cada niño es distinto, y tiene predisposiciones, gustos e inclinaciones diferentes.
En tu libro, comentas que existe una segunda oportunidad para el cerebro. ¿Hay posibilidad de enmendar errores de la infancia?
Existen dos grandes momentos de desarrollo y de reorganización cerebral: uno va desde el nacimiento hasta los tres años, y el otro, desde los diez a los quince años, aproximadamente, coincidiendo con la adolescencia.
A esta segunda etapa se la conoce como la segunda oportunidad, porque es el momento en el que el tren vuelve a pasar por la puerta de nuestra casa y tenemos esa oportunidad de reparar, de reconectar y de enmendar aquellos errores cometidos durante la infancia.
Estas segundas oportunidades existen. De hecho, yo creo que la vida es una oportunidad en sí y que, a lo largo de todo el ciclo vital, hay muchos momentos para replantearse las cosas, para aprender.
El cerebro siempre está orientado, siempre tiene ganas de aprender, de mejorar y de sanar su infancia, porque todos hemos vivido situaciones traumáticas. Esto es como una cicatriz física. ¿Existe la posibilidad de que esa cicatriz desaparezca? No. Pero lo que sí podemos hacer es sanarla, psíquicamente hablando, y la manera de hacerlo es trabajando ese acontecimiento que ha generado un impacto tan grande en nuestros hijos, ya sean bebés, niños o adolescentes.
¿Cómo? Permitiendo que lo exprese, normalizando el hecho de que viva ese acontecimiento de esa manera, de que la pase mal, de que llore, de que experimente emociones como el miedo, la rabia o la vergüenza.
¿Qué podemos hacer los padres de niños pequeños para no llevarnos sorpresas cuando lleguen a la etapa de la adolescencia? ¿Podemos prepararnos (y prepararlos) de alguna manera?
La adolescencia es un momento de la vida muy importante porque es cuando la autonomía alcanza su apogeo. El adolescente se separa tanto física como emocionalmente de mamá y de papá, y se une, se relaciona y se vincula con los iguales.
El adolescente sale metafóricamente de su zona de confort para llegar a un momento del ciclo vital diferente y desconocido, que quiere probar, pues se siente muy atraído por lo novedoso. Por ello, es normal que nos encontremos con alguna sorpresa.
Son muchas las cosas que podemos hacer en la infancia para que, cuando unos años después llegue la etapa de la adolescencia, podamos otorgar al niño ese colchón metafórico que permita amortiguar esos impactos. Porque impactos, sorpresas, va a haber siempre, en algunos casos más, en otros, menos.
¿Qué cosas podemos hacer desde bien pequeños, que es el momento de generar y de preparar esas herramientas? Muchas de ellas las hemos comentado antes:
- Proteger: nuestros niños tienen que ser protegidos; ojo, que no digo sobreprotegidos. Los niños tienen que aprender a sufrir moderadamente con mamá y con papá. Es decir, tienen que aprender a estar tristes, enojados, contentos, tienen que llorar, desde luego, pero con la presencia de mamá y papá.
- Fomentar su autonomía y empoderarlos. Debemos dejar que aprendan a hacer las cosas por sí mismos, permitiendo el error como parte de este proceso de aprendizaje.
- Dar narrativas que sean adecuadas. Por ejemplo, explicar al niño que empujó a su hermana no porque sea malo, sino porque estaba enojado, y la rabia nos empuja a agredir al otro. Esto no quiere decir que esté bien, pero le estoy explicando el por qué del hecho.
- Conectar con sus emociones, con sus necesidades, ser responsivos, es decir, que demos respuesta a lo que realmente necesitan, como hablábamos antes, en su justa medida.
- Ponerles límites, siempre de una manera respetuosa y firme.
- Presencia: pasar mucho tiempo y de calidad con nuestros hijos, estar presentes en cuerpo y alma, es fundamental.
Esto ayudará a que, el día de mañana, los niños tengan esas herramientas con las que hacer frente a los distintos conflictos y situaciones que se presenten en su día a día.
Rafa Guerrero
Psicoterapeuta. Director de Darwin Psicólogos. Profesor universitario.
Autor de El cerebro infantil y adolescente. Claves y secretos de la neuroeducación