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Ir a la guardería o a la primaria es una experiencia vivida por el niño como una actividad obligatoria, parecida a un trabajo. Por ello, las actividades extraescolares deben ser, sobre todo, agradables, y es importante que el niño las pueda elegir libremente, ya sea por la actividad en sí, como por la presencia de sus amigos o profesores preferidos.
(Te interesa: Manual práctico para elegir la guardería)
Es fundamental tener presente que las actividades infantiles que se realizan en el tiempo libre no deben ser vividas como "adiestramientos específicos", sino como ocasiones para vivir experiencias diversas.
Sin embargo, a la hora de elegir las actividades del niño, ¿es mejor que elija el niño o los padres? ¿Cuáles son los pros y los contras de cada una de estas probabilidades?
Los que defienden esta opción sostienen, con razón, que no se puede obligar al niño a seguir un curso que no le interese. Por otro lado, ¿cómo vamos a dejar libre de elegir a un niño que un día quiere estudiar piano y que, al día siguiente, quiere jugar fútbol?
Los partidarios de esta elección se justifican pensando que el niño aún no es capaz de entender cuáles son las actividades adecuadas para su formación física y psicológica. Si los padres deciden sus estudios, su alimentación o sus tratamientos médicos, ¿por qué deberían renunciar a la elección de una actividad que podría realizar durante algunos años?
Esta manera de aproximarse a la cuestión, sin embargo, tiene el riesgo de proyectar las propias esperanzas o desilusiones en el niño, deseando que haga lo que han hecho papá o mamá, o, por el contrario, lo que éstos no pudieron hacer. Entonces, ¿cómo elegir la actividad más adecuada para nuestro hijo?
Lo ideal es intentar liberarse de las propias ambiciones o nostalgias de los padres y esforzarse por evaluar de forma real cuáles son las posibilidades y las inclinaciones del niño. Y, si éstas coinciden con las de los padres, mucho mejor.
(Te interesa: Yoga para niños: beneficios y posturas)
Según las estadísticas, una tercera parte de los niños que empiezan un curso lo dejan antes de que termine. Lo primero que los padres piensan es que el niño no se lo toma en serio y también se preocupan porque creen que es un inconstante, que no sabe aplicarse o que no hay nada que le guste.
En la mayoría de los casos, no se considera el hecho de que, a menudo, el niño no sabe lo que va a hacer. Enamorarse del violín que un amigo toca no es lo mismo que practicar con él durante horas antes de ser capaz de arrancarle un sonido aceptable.
Para evitar esta reacción, que además es muy normal, los expertos sugieren:
A menudo, un cumplido ayuda mucho más que las acusaciones. No excluyan la posibilidad de cambiarle de curso, cuando haya terminado el primer año. Al sentirse comprendido, a menudo, el niño decide continuar con lo que hace. En la mayoría de los casos, una vez superadas las primeras dificultades, se adapta al ambiente y se siente a gusto.
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