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La creencia popular dice que, cuando hace frío, nuestro organismo requiere más energía para estar mejor, y que el hecho de que los niños coman más es una consecuencia natural de la estación. Sin embargo, los tiempos han cambiado y la calefacción lo ha revolucionado todo. Te ofrecemos, por tanto, algunos consejos y reglas para equipar tu mesa invernal de la mejor manera.
Esta creencia es una herencia del pasado. Hoy en día, el tiempo que los niños pasan al aire libre en invierno es verdaderamente reducido, por lo que el aporte calórico de más que necesitan para hacer frente al rigor de las temperaturas es mínimo. De hecho, es tan escaso que no justifica raciones más abundantes o un mayor número de tentempiés.
No hay alimentos exclusivos para el invierno. Pero, por ejemplo, los cítricos son beneficiosos, debido a su contenido en vitamina C. Esta vitamina, si bien no es suficiente para proteger a los niños de la gripe y los resfriados (que tienen un origen vírico), puede contribuir a reforzar su sistema inmunitario. Por lo tanto, sin descuidar el resto de las frutas, las más beneficiosas son las naranjas (50 mg por cada 100 gramos de parte comestible), las mandarinas (42), las toronjas (40), los kiwis (85) y el jugo de uva (340, el jugo envasado).
Sepamos también que, para los pequeños, el invierno es una estación muy intensa, en la que la agenda está repleta de tareas escolares y, con frecuencia, también deportivas. En consecuencia, es conveniente empezar la jornada teniendo en cuenta la “energía mental” que el niño va a gastar. No existen alimentos para la mente propiamente dichos, pero un ingrediente necesario para afrontar la jornada escolar es la glucosa, nutriente que el organismo extrae del algunos alimentos.
Para aportar más “energía mental” el almuerzo de media mañana constituye una costumbre importante y muy beneficiosa para reponer los azúcares, de manera que el pequeño llegue a la hora de la comida con un nivel de atención todavía alto. Es importante que el desayuno, aunque sea rico, nunca sea excesivo. Debemos procurar no sobrecargarlo. Si el desayuno es demasiado abundante, los niños se cansan, por lo que es preferible que coman un tentempié a media mañana.
La cosa cambia un poco cuando hablamos de “energía para el cuerpo”. En este caso, las necesidades del niño son muy distintas, en función de su estilo de vida, ya que aunque todos van a la escuela, no todos practican deporte, desafortunadamente. Teniendo en cuenta esta premisa, ¿cómo hay que actuar con respecto a su alimentación? Si el niño hace mucho deporte, su necesidad aumenta, pero la composición de la dieta no debe cambiar.
Esto significa que el aporte energético se modifica, pero no el reparto de la energía, que siempre debe respetar la regla del 55% de carbohidratos, 30% de grasas y 15% de proteínas. Recordemos, asimismo, que en la dieta de los niños que practican actividades deportivas, no debe faltar un alimento imprescindible: la leche. Si la leche es entera, mucho mejor, porque contiene todo lo que necesita para obtener energía.
Ha quedado claro que los pequeños deportistas necesitan más calorías y que, por lo tanto, pueden comer un poco más. Un niño que hace deporte puede necesitar incluso 2,500 calorías diarias, mientras que un niño un poco menos activo puede tener suficiente con sólo 1,500.
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