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La fiebre es uno de los síntomas que un niño puede presentar cuando tiene una infección (igual que pueden aparecer vómitos, diarrea, tos o mocos). La causa más frecuente de fiebre es una infección vírica.
- Cuando nuestro cuerpo intenta defenderse de una infección (causada por virus o bacterias), se produce un proceso inflamatorio en el cual se da la orden de aumentar la temperatura. Este aumento de temperatura es la fiebre, cuya función es activar las defensas del organismo y combatir con mayor efectividad la infección, “destruyendo” a los microorganismos causantes.
Por tanto, debemos ver la fiebre como una aliada para combatir la infección, no como una enemiga.
- Hablamos de fiebre cuando la temperatura corporal se eleva por encima de 38 grados. Si la temperatura se sitúa entre 37 y 38 grados, la llamamos febrícula.
- La fiebre puede acompañarse de malestar e irritabilidad: los niños se encuentran mal, solo quieren los brazos, no quieren jugar... También aparece aceleración de los latidos del corazón, aumento del número de respiraciones, sensación de frío y escalofríos, sudoración y enrojecimiento de las mejillas.
- Es importante saber que la respuesta a antitérmicos o el grado de fiebre, por sí solo, no nos orienta sobre la causa de la fiebre. Es decir, hay infecciones producidas por bacterias (que requieren tratamiento antibiótico) que se acompañan de poca fiebre e infecciones producidas por virus (como, por ejemplo, la gripe) que cursan con fiebre alta.
Si detectamos que nuestro hijo o hija puede tener fiebre (lo notamos caliente, con malestar, respirando muy rápido), debemos confirmar la presencia de fiebre con un termómetro. En el mercado, podemos encontrar varios tipos de termómetros:
Un dato curioso: existen estudios que han demostrado que los padres aciertan a la hora de detectar fiebre en sus hijos mediante el tacto. Uno de ellos concluyó que el 84% de padres eran capaces de reconocer cuándo sus hijos tenían fiebre, mientras que un 76% acertaba cuando pensaban que no lo tenía.
Existen dos temperaturas, la central (que corresponde al interior del cuerpo) y la periférica.
- La temperatura central, la que nos interesa a los médicos, es algo más elevada que la periférica. Para medir la temperatura central, la más fiable es la rectal, pero es un método incómodo e invasivo, además de peligroso si el termómetro se rompiese.
Por este motivo, en nuestra práctica clínica, utilizamos la temperatura periférica para comprobar si el niño tiene fiebre, ya que se correlaciona bien con la temperatura central.
- De las mediciones periféricas, la temperatura sublingual es la más fiable, pero requiere la colaboración del niño y pueden intervenir factores externos. La temperatura axilar mide también la temperatura periférica, que, aunque es fácil de medir y segura, a veces, es inexacta y variable (tiene peor correlación con la temperatura central).
Menos fiable es la temperatura del oído y la frente, por lo que, a la hora de tomar decisiones, tampoco se recomienda (habría que confirmar con otras mediciones).
Como conclusión: no existe consenso de dónde y cómo deberíamos medir la fiebre, y las recomendaciones en los distintos países varían.
- La Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap) aconseja que los padres midan la temperatura mediante un termómetro digital en la axila. En hospitales y centros de salud, también se mantiene esta recomendación, aunque, en caso de necesitar mayor exactitud o confirmación, se podría tomar la temperatura rectal en niños pequeños y la oral, en mayores (en función de la colaboración).
- Por el contrario, la Academia Americana de Pediatría (AAP) recomienda la medición rectal en todos los menores de cinco años y la bucal, en mayores de esta edad.
Hay que recordar que la fiebre no es una enfermedad, sino un mecanismo de defensa del organismo para combatir una infección. Por lo tanto, debemos verla como una aliada. El principal problema de la fiebre es que genera malestar, y es, en esta situación, si el niño o la niña no se encuentra bien, cuando debemos dar medicación para bajar la fiebre.
- Lo que marca la indicación o no de dar un antitérmico es el estado general del niño y no el grado de temperatura que marque el termómetro. Por tanto, la administración de medicación hay que hacerla de manera individualizada.
Por ejemplo, si nuestro hijo o hija tiene fiebre, pero tiene buen aspecto, juega y no parece afectado, no será necesario administrar ningún medicamento. Si, por el contrario, nuestro hijo se encuentra mal, está decaído, adormilado, irritable, etc., independientemente de la temperatura que marque el termómetro, deberemos darle medicación para bajarle la fiebre y mejorar su malestar.
- Además, los antitérmicos no tienen por qué hacer desaparecer completamente la fiebre. No siempre se llega a normalizar la temperatura corporal; a veces, solo desciende medio grado o un grado.
Si hemos decidido administrar medicación para la fiebre porque el estado general de nuestro hijo está afectado, debemos saber que existen varias alternativas. Los fármacos más empleados son el paracetamol y el ibuprofeno.
No se recomienda alternar antitérmicos de manera sistemática, aunque es una práctica muy extendida. Las razones son varias:
Por tanto, se aconseja escoger uno de los dos medicamentos y darlo según la indicación del pediatra (en los intervalos recomendados), siempre que el niño vuelva a estar incómodo cuando la fiebre le vuelva a subir. Si tu pediatra, como “rescate”, te pauta administrar la otra medicación puntualmente, hay que ceñirse a sus recomendaciones (tanto dosis indicadas como intervalos).
- Tradicionalmente, se acostumbraba a bañar al niño en agua fría para tratar de disminuir la fiebre. Actualmente, esta medida no se recomienda, ya que no se ha demostrado que el control de la fiebre sea mayor ni conseguimos disminuir el malestar; al contrario, lo que conseguimos es aumentar su disconfort.
En todo caso, si al niño le apetece, se le puede dar un bañito con agua tibia, y siempre que el pequeño esté cómodo.
- Tampoco se aconsejan otras medidas físicas, como las friegas de compresas con alcohol o de agua fría por ese mismo motivo.
Uno de los principales motivos de preocupación de los padres ante la fiebre es la aparición de convulsiones febriles.
- La convulsión se produce como respuesta del cerebro ante el aumento brusco de la temperatura corporal en algunos niños sanos entre los seis meses y los cinco años de edad. Cualquier infección banal (catarro, gastroenteritis, amigdalitis…) que curse con fiebre puede provocar una convulsión febril.
- Se trata de un episodio relativamente frecuente, ya que el 3-5% de los niños lo padecen. La mayoría suceden el primer día de fiebre y no se relacionan con “cuánto sube la fiebre”, sino con “cómo de rápido sube”.
- Durante las convulsiones febriles, el niño pierde bruscamente la conciencia, el cuerpo se pone rígido y empieza a realizar movimientos anormales de extremidades y tronco (tipo sacudidas), o se queda completamente flácido. Es frecuente que la boca esté cerrada con fuerza y la mirada, perdida.
- Suelen durar poco tiempo, generalmente, menos de cinco minutos. Tras el episodio, el niño se muestra soñoliento y confuso, hasta que poco a poco se recupera.
- Las convulsiones febriles tienen un buen pronóstico y no dejan secuelas. Aunque pueden repetirse en diferentes episodios febriles (uno de cada tres niños volverá a tener otra convulsión), tienden a desaparecer con la edad. En la mayoría de las ocasiones, no se requiere realizar ningún estudio ni se precisa ningún tratamiento especial.
- Ante una convulsión febril, se recomienda colocar al niño acostado de lado, lejos de objetos con los que pueda golpearse, y mantener la calma, ya que normalmente cede sola. No se aconseja introducir nada en la boca, y tampoco es necesario sacudir, detener los movimientos ni realizar respiración artificial.
- Es recomendable acudir a un hospital o consultorio médico para que el niño sea valorado por un médico, sobre todo si es el primer episodio. También es preciso consultar en caso de que la convulsión se repita, si se prolonga más allá de 5-10 minutos, si sucede después de 24 horas del inicio de la fiebre o si el pequeño no recupera su estado general pasados unos minutos.
El coronavirus en niños provoca unos síntomas muy inespecíficos (fiebre, tos, diarrea o vómitos, mocos, dolor muscular, dolor de cabeza…) y se puede confundir con muchos virus respiratorios presentes en el día a día. Por lo tanto, a priori, un síntoma como la fiebre es muy común durante todo el año en los niños, y no tiene por qué ser coronavirus.
No obstante, si el niño presenta fiebre o decaimiento, no debería acudir al a escuela y habría que contactar con su pediatra para que indicara cómo actuar.
La mayoría de las infecciones que provocan fiebre son benignas y autolimitadas (mejoran solas en unos días), ya que son provocadas por virus.
Sin embargo, cuando un niño tiene fiebre, hay que vigilar su estado general (si juega, corre, está contento…), la cantidad de líquidos que bebe y algunos signos de alarma que pueden hacer sospechar de enfermedades más graves.
El niño deberá ser valorado por el pediatra de manera urgente si:
Si el niño no presenta síntomas de alarma, se recomienda que sea valorado por su pediatra habitual, antes que acudir de manera urgente a un hospital. Es preciso consultar con el pediatra si, en menores de dos años, la fiebre es superior a 39 grados sin datos de alarma y si dura más de 48 horas, o más de 3-5 días en mayores de dos años.
Nerea Sarrión Sos
Médico Especialista en Pediatría
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