Tener hijos, una responsabilidad

13 Dec 2023
Tener hijos, una responsabilidad

Tener hijos implica asumir la responsabilidad de su cuidado emocional. La maternidad y la paternidad requieren un auténtico ejercicio de honestidad e introspección.  

"Tus hijos no son tus hijos, son los hijos de la vida, deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti, y, aunque estén contigo, no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues, ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti, porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer. Tú eres el arco del cual, tus hijos como flechas vivas son lanzadas. Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea para la felicidad". Kahlil Gibran (El Profeta).

Las abuelas maoríes transmiten por tradición oral que las jóvenes parejas deben retirarse a la naturaleza para reflexionar si verdaderamente están dispuestas a responsabilizarse de la educación de sus posibles hijos. No solamente de traerlos al mundo, sino de acompañarlos en el proceso hacia la madurez, en el que los devolverán a la Vida que es su verdadera madre. En caso de no desear de corazón implicarse en la entrega, generosidad y sacrificio que tener hijos supone, entonces tienen que renunciar a ello consecuentemente, con dignidad y respeto, algo que no les será reprochado por el resto de los miembros de su tribu.

Este ejemplo de honestidad y de introspección debería tenerse en cuenta en la sociedad occidental donde tener hijos es tomado a la ligera en demasiadas ocasiones, siendo muchas veces una presión social o familiar. En estos momentos en que las leyes pro-aborto levantan ampollas en la sociedad, a nivel internacional, es tiempo de profundizar y pensar en la importancia vital de comprometerse a educar a esos niños que se traen a un mundo donde luego se les abandona, si no literalmente, sí, en demasiadas ocasiones, emocionalmente.

Vivimos tiempos contradictorios en los que la mitad de la sociedad global lucha por controlar la natalidad, mientras la otra mitad intenta desesperadamente poder concebir sometiéndose a la tortura hormonal que esto pueda representar. En China imponen, por ley, poder concebir sólo un bebé permitiéndose un segundo hijo, en algunas regiones rurales, siempre y cuando el primero haya nacido mujer. Esta ley ha dado pie no sólo a numerosos abortos, legalizados en China, sino también a un alto índice de abandono de bebés, especialmente de niñas.

En India, los turistas pueden comprobar, asombrados, cómo algunas madres, desesperadas, ponen a sus hijas en sus brazos para que las saquen de la miseria, mientras muchas parejas occidentales sufren por no poder acelerar y economizar el tedioso e interminable proceso de adopción.

¿Qué hay detrás de este desequilibrio en la natalidad a nivel mundial? ¿Qué contradicción encierra que el índice de esterilidad esté creciendo paulatinamente en el mundo civilizado mientras el tercer mundo es la cuna de la fecundidad? Es evidente que a pesar de no pasar hambre en occidente, los alimentos transgénicos y el estrés, entre otros muchos factores, producen esterilidad en el reino del consumismo.

Si la pobreza obliga a muchos padres del tercer mundo a abandonar físicamente a sus hijos, las exigencias laborales de un mundo profesional sumamente competitivo no deja espacio a los padres para conciliar sus trabajos con su vida personal, viéndose así obligados a minimizar el tiempo que pasan con sus hijos, siendo esta carencia, normalmente sustituida por regalos, y la compañía de amigos cibernéticos y televisivos.

El grupo familiar actual difiere de los de otras generaciones en las que los niños crecían con modelos masculinos y femeninos vivos de todas las edades, donde se entremezclaban y se enriquecían de la convivencia. Según los maoríes, indígenas de Nueva Zelanda, sin una fuerte conexión con los ancestros, los niños no saben de dónde vienen y tampoco saben hacia dónde se dirigen. Lamentablemente esta es una sensación muy arraigada en adultos de esta generación que, sin pasar por el proceso de conocerse a sí mismos, traen hijos al mundo “mecánicamente”, estando desconectados de su propio espíritu. 

De ahí la importancia vital de que los padres tomen conciencia de aprender a acompañar a sus hijos en su proceso de crecimiento, aunque los suyos no hayan sabido enseñarles a ellos. Alguna generación tiene que romper esta inconsciencia. No obstante, mientras haya vida, hay esperanza. Si los padres naturales no saben nutrir el alma de sus hijos, como dice una conocida canción del grupo Mecano, “Cuando el niño llore, menguará la luna, para hacerle una cuna”. Somos hijos de la Vida y ella se encargará de educarnos y alimentarnos durante nuestra existencia humana.

 

Edurne RomoEdurne Romo
Directora Editorial. Periodista especializada en maternidad, infancia y crianza