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Por generaciones se nos enseñó que los adultos debían ser fuertes y ocultar su dolor. Sin embargo, la pedagogía moderna y la psicología infantil afirman lo contrario: permitirnos llorar y mostrar vulnerabilidad frente a nuestros hijos fortalece su educación emocional y les ayuda a gestionar sus propios sentimientos.
Según la pedagoga Leticia Garcés, “los niños no necesitan una madre fuerte y perfecta que siempre esté al pie del cañón, sino padres reales que se den permiso para estar tristes cuando así lo sientan”. Mostrar nuestras emociones no nos hace menos capaces como madres o padres; al contrario, nos hace más humanos y accesibles.
Cuando nuestros hijos nos ven llorar, entienden que estar triste es normal y aceptable. Así, se les enseña que no tienen que reprimir lo que sienten, algo fundamental para su autoestima y desarrollo emocional.
La psicóloga Bárbara Gozalbo señala que “si nosotros les hablamos de lo que sentimos, ellos también se entenderán mejor, aprenderán a conocerse. De igual manera, si nos ven llorar entenderán que es natural, en lugar de pensar que es algo incorrecto y que deben reprimir sus emociones”.
Llorar frente a nuestros hijos no solo normaliza la tristeza, sino que también los invita a practicar la empatía. Cuando nos ven atravesar un mal momento, ellos aprenden a ofrecer consuelo, a ponerse en el lugar del otro y a cultivar una actitud compasiva.
Mostrar emociones frente a nuestros hijos, especialmente si somos hombres, ayuda a combatir estigmas como que “los niños no lloran”. Enseñarles que todas las personas, sin importar el género, sienten y expresan tristeza es clave para formar adultos emocionalmente sanos.
Sí, y aquí los expertos coinciden: mostrar tristeza o llanto es sano, siempre que se maneje con responsabilidad emocional. Si el llanto es frecuente, descontrolado o los padres transmiten desesperación sin explicación, puede generar ansiedad o temor en los pequeños.
La psicóloga Jillian Roberts sugiere que, si lloramos frente a nuestros hijos, es necesario asegurarles que estaremos bien: “Es importante explicarles que tuviste un momento complicado, pero que ya estás mejor y que todo está bajo control”.
Usa frases sencillas y tranquilizadoras. Ejemplo: “Estoy triste porque me pasó algo que no me gustó, pero voy a estar bien. A veces llorar ayuda”.
Puedes profundizar un poco más, adaptando el discurso a su nivel: “Estoy pasando por un momento difícil. Me siento triste, pero es una emoción normal. Llorar me ayuda a sentirme mejor y pronto estaré bien”.
Si la emoción es muy intensa o desbordada, es mejor apartarse para no generar angustia innecesaria. Wilborn, experta en salud mental, advierte: “Las respuestas emocionales incontroladas les dan mucho miedo a los niños”.
En situaciones de duelo, problemas graves o ansiedad profunda, se recomienda buscar ayuda profesional y manejar estos momentos con acompañamiento terapéutico.
Mostrar nuestras emociones, incluyendo el llanto, no debilita nuestra imagen como madres o padres. Al contrario, nos convierte en referentes emocionales más reales y accesibles. Nuestros hijos aprenden que es válido sentirse triste, que pueden hablar sobre sus emociones y que compartirlas es parte de la vida.
Como explica la coach Adelaida Abruñedo: “Nosotros somos los mejores influencers de nuestros hijos”. Permitámonos llorar, sanar y enseñar desde el ejemplo, porque educar con el corazón también implica mostrarnos tal cual somos.
Explícale de forma sencilla que te sientes triste, pero que estarás bien. Pregúntale cómo se siente al verte llorar y escúchalo con atención.
No, siempre que se gestione con equilibrio. Ver emociones reales ayuda a los niños a desarrollar empatía y a comprender que la tristeza es parte de la vida.
No es necesario ocultarlas, pero sí es importante regularlas y explicar lo que pasa de forma adecuada a su edad para no generar miedo o confusión.
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