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Terrores infantiles: la mejor manera de enfrentarlos
No es necesario decirles a los niños que esto no es cierto, pero tampoco preocuparse o burlarse de ellos, tratándolos como miedosos. Para ayudarlos a superar sus miedos es necesario escucharlos, comprenderlos... ¡y poner en práctica algunos juegos!
A la oscuridad, a los fantasmas, a las tormentas, pero también, en ocasiones, al payaso que se le acercó para tomarse una foto con él en el circo. Los miedos de los niños pueden tener diferentes formas. Pero por extraños e irracionales que parezcan, siempre merecen ser escuchados. Sobre todo en los últimos tiempos, que han visto la aparición del coronavirus, un nuevo 'monstruo' que ha entrado con fuerza en nuestras vidas, obligándonos a todos a cambiar de ritmo y trayendo consigo un sinnúmero de ansiedades y preocupaciones.
¿Pasará algo malo?
Para nuestros niños, especialmente los más pequeños, pensar en el COVID-19 en términos cognitivos y racionales es realmente difícil. "El miedo del niño se vuelve particularmente fuerte cuando percibe que hay poca claridad a su alrededor y el adulto también está preocupado", menciona Anna Ogliari, especialista en Psicología Clínica, de la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán. “La pregunta detrás de este tipo de miedos es: “¿Entonces algo malo puede pasarme a mí y a mi familia también?” continúa la experta.
La claridad acaba con la ansiedad
Incluso ahora que se vuelve esencial lidiar con una nueva normalidad, explicar lo que está sucediendo es esencial. "Las palabras deben ser siempre sinceras, sin caer en el optimismo fácil pero, al mismo tiempo, sin pintar escenarios catastróficos", refiere Alberto Pellai, médico, psicoterapeuta e investigador del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Milán. En algunos niños, el miedo prolongado puede llevar a la aparición de síntomas físicos, como despertares nocturnos frecuentes o conductas altamente adictivas hacia los padres. "También en estos casos, mantener el diálogo abierto es lo más importante", enfatiza Ogliari, pues afirma que ayudamos al pequeño a verbalizar el miedo, a darle forma, a darle un nombre a sus emociones.
Los miedos siempre deben aceptarse
Cualquiera que sea la preocupación, es muy importante aceptarla. "Permitir que el pequeño exprese sus miedos, hacerle entender que nos los puede contar, sin ninguna pena, porque estamos a su lado, dispuestos a estar con él y protegerlo, es tarea de los padres", comenta Pellai. “El miedo es una emoción primaria: significa que está escrito en las redes neuronales, se activa sobre las huellas que la evolución ha dejado en nuestro interior”, prosigue el experto. Ante esto, como ocurre con otros miedos, los padres deben asumir el papel de 'coaches emocionales', para ayudar al niño a reconocer sus miedos, enfrentarlos y solucionarlos, primero con su apoyo y luego de forma independiente.
3-6 años, la edad crítica
“En esta etapa de la vida, el niño deja de estar protegido, concreta y físicamente, por los abrazos de mamá y papá”, explica Pellai. "Hasta los 3 años muchos viven prácticamente dentro de la guardería, como es lógico, este espacio es su ‘nido’. En cambio, ir al preescolar implica entrar en otro mundo: muchos más niños, interacciones diferentes. Hay más ventajas, pero también más cosas que no se conocen y que, por tanto, le dan miedo”. Por lo que en este punto, puede tomar diferentes matices, como la preocupación de no ser apto, de no estar a la altura de la situación. Pero también el miedo a estar solo, a no tener ayuda con respecto a las habilidades que el mundo le exige.
Un momento muy delicado puede convertirse, en este período, al conciliar el sueño. "El miedo puede manifestarse de diferentes formas: desde la oscuridad del niño pequeño, hasta la ansiedad o preocupación marcada por el niño mayor, con respecto al día siguiente, en el que se le puede pedir intervenciones (como una pregunta o actividad) para lo cual luego será evaluado”, comenta el especialista.
A medida que el niño crece, también pueden surgir nuevas preocupaciones. El miedo al propio cuerpo que empieza a cambiar, así como el miedo al juicio de los compañeros, a las interacciones con el otro sexo, etc. En cualquier caso, la respuesta del adulto debe ser de disponibilidad y escucha, cuidando de no ser demasiado instructivo sobre las acciones a seguir. De lo contrario, se crearía otra preocupación en el niño: la de no poder seguir las instrucciones de los padres.
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¿Qué importancia tiene el estilo educativo?
La forma en que tu hijo crece también puede influir en su tendencia a desarrollar miedos y ansiedades.
Hipercrítico. Los padres tienden a resaltar los errores del niño al criticarlo continuamente, mientras que, por el contrario, las conductas adecuadas pasan casi desapercibidas. Esto hace que el niño desarrolle una baja autoestima y autoconfianza, creciendo con el miedo constante de no estar a la altura de la situación.
Perfeccionista. Cuando las expectativas de los padres son muy altas, transmiten al niño la convicción de que su valor está ligado al éxito de las actuaciones. El mensaje es: "Solo vale la pena si hay grandes resultados". Esto hace que sea más probable la aparición de miedos relacionados con la escuela y la ansiedad social.
Sobreprotector. Un estilo educativo caracterizado por una excesiva preocupación por la salud y seguridad del niño transmite una sensación de desconfianza y miedo hacia el entorno (¡lleno de peligros!), así como la sensación de no tener los recursos para tratar con él.
Un juego para cada miedo
El virus que te enferma. "Como escribí en una canción infantil, el COVID-19 vive en un tanque", explica Alberto Pellai. “Podemos reconectarnos con esta imagen, ofreciéndole al niño el juego de las burbujas de jabón, que se alejan de nosotros y finalmente desaparecen en el aire, el mismo fin que deseamos para este ente invisible que nos asustó”.
La oscuridad. Consiste en caminar con el niño por la casa con una pequeña linterna, ponle una lucecita junto a su cama para brindarle “compañía” durante la noche. Otro juego divertido consiste en proyectar las sombras más extrañas en la pared con las manos, los dedos o algún objeto, e inventar historias extrañas.
Los monstruos. ¡Búsquenlos juntos, dentro de todos los escondites de la casa! Si encuentran uno, se defenderán. ¿Y si no lo encuentran? El juego puede continuar: el padre permanece en una habitación, sujetando el extremo de un hilo, el niño continúa la búsqueda con el hilo en la mano, que va desenrollando poco a poco. Si encuentra un monstruo, tira del hilo y papá irá corriendo en su búsqueda.