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Viviana Castro
Fonoaudióloga Esp. Neurodesarrollo e Integración Sensorial.
Supervisión científica.
Hoy en día, para los científicos, el nacimiento y el desarrollo de la mente humana ya no supone ningún misterio. Ahora, se sabe que el cerebro empieza a desarrollarse en los primeros días de la vida embrionaria y que su maduración termina alrededor de los 18 años, cuando ya se ha formado por completo el área cerebral destinada a la reflexión, la ponderación y la previsión.
La prolongada infancia de la raza humana ofrece al hombre ventajas muy superiores a las de cualquier otra especie animal. Le permite, entre otras cosas, basar gran parte de su comportamiento en la experiencia, en lugar de en los instintos.
En la lenta construcción del cerebro humano, resultan fundamentales los estímulos recibidos durante la infancia, ya que las estructuras cerebrales se organizan de acuerdo con lo que registran del exterior, a través de un complicado proceso de selección que conserva lo que es funcional y elimina lo que no lo es.
(Te interesa: El cerebro del niño)
He aquí las principales etapas del desarrollo psicomotor del bebé y del niño entre los 0 y los 3 años.
El cerebro de un recién nacido contiene 100,000 millones de neuronas. Las células cerebrales crean entre sí una red de conexiones, a través de la formación de unas delgadas ramificaciones, las dendritas, y de unas largas fibras nerviosas, los axones, mediante los cuales las neuronas transmiten y reciben los impulsos nerviosos.
En los primeros años de vida, se forma un número de conexiones muy superior al necesario. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta excesiva producción disminuirá.
A pesar de contar con casi todas las neuronas, la masa cerebral de un recién nacido sólo constituye una cuarta parte de la que alcanzará en la edad adulta.
Hasta los tres años, el crecimiento del cerebro es notable, y está determinado por el desarrollo de los axones y de las dendritas, así como por la extensión de sus conexiones. A medida que este proceso avanza, aumentan los progresos alcanzados en el plano motor y cognitivo.
Las primeras fibras nerviosas que llegan a la madurez son las motoras, que se completan durante los 24 primeros meses de vida. Este proceso tiene lugar de manera próximo-distal, es decir, desde la cabeza hacia las extremidades.
Cuando el niño cumple, aproximadamente, su primer año, empiezan a funcionar sus primeras redes de conexión lingüísticas. Las fibras nerviosas de la corteza frontal y parietal completan su mielinización y el niño empieza a pronunciar algunas palabras.
(Te interesa: Desarrollo del lenguaje del bebé: todas las etapas)
El desarrollo del lenguaje se amplía entre el segundo y el tercer año de edad, gracias a la maduración de las áreas auditivas y motoras, que permiten al pequeño articular las palabras. En este momento, el niño ya está en condiciones de modular la lengua hablada a través de tonos y gradaciones de volumen.
Durante esta fase, a los niños les gusta preguntar “dónde”, “qué” y “quién” continuamente, así como escuchar una y otra vez sus cuentos preferidos.
Para que la red de circuitos nerviosos se desarrolle correctamente, es indispensable que el cerebro del niño sea estimulado por el ambiente. Numerosos estudios han puesto de manifiesto que los niños que, durante su primer año de vida, reciben pocos estímulos verbales, visuales y táctiles tienen un desarrollo más lento de lo normal.
A través de investigaciones centradas en el sistema visual de los animales, se ha comprobado que, si determinados mecanismos no se activan durante el primer período de la vida, es muy poco probable que después consigan funcionar.
Así, por ejemplo, si durante un cierto período se impide que un ojo recibe estímulos visuales, el desarrollo de sus fibras nerviosas sufrirá un retraso respecto al del ojo que ha seguido funcionando. Este mecanismo puede extenderse a todo el cerebro, pues el funcionamiento es más o menos idéntico en todas las áreas de la corteza cerebral.
Volviendo al desarrollo de la visión, un niño de una semana tiene una capacidad visual 30 veces inferior a la de un adulto. Con la maduración de las células cerebrales a nivel de la corteza visual, el niño mejorará su percepción del mundo: se instaura la visión binocular (ambos ojos trabajan juntos) y, a los seis meses, el niño ya ve como un adulto algo miope.
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