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Ser madre de un niño es una tarea tan compleja como poderosa. Es una etapa donde los pequeños desarrollan su identidad, regulan sus emociones, consolidan su lenguaje y definen cómo se relacionarán con el mundo. La madre es guía, modelo, refugio y faro.
En la sociedad mexicana actual, muchas veces este papel se da por hecho. Se espera que la madre “lo pueda todo”: trabajar, criar con paciencia, mantener la casa, estar disponible siempre y además, hacerlo con una sonrisa. Pero pocas veces se detiene el mundo a reconocer el valor estructural y emocional que ellas aportan al presente y futuro de la humanidad.
El primer contacto de un niño con los valores, el lenguaje, los límites y el afecto ocurre en casa. Cuando una madre acompaña a su hijo en esta etapa con respeto y firmeza, está formando ciudadanos empáticos, resilientes, críticos y más conscientes.
Las madres realizan un trabajo no remunerado que es indispensable: alimentan, limpian, consuelan, escuchan, educan y contienen. Si se valorara económicamente, equivaldría a millones de pesos anuales por familia. Sin embargo, sigue siendo invisibilizado en la mayoría de los espacios públicos.
Una madre no es solo madre. También es trabajadora, pareja, hija, amiga y, muchas veces, la columna vertebral emocional de su entorno. El equilibrio que intentan mantener cada día tiene un mérito que merece ser reconocido por la sociedad entera.
Una mamá que abraza, escucha y está presente en la infancia de sus hijos está previniendo problemas de salud mental, formando vínculos seguros, amalgamando papeles y roles sociales y, por ende, fortaleciendo generaciones futuras.
Como dijo el pediatra Donald Winnicott: “No se necesita una madre perfecta, sino una madre suficientemente buena.”
Esa madre que, a pesar del cansancio, vuelve a leer un cuento. Que acompaña un berrinche sin juzgar. Que educa sin gritos y contiene con respeto. Ella está construyendo futuro desde lo cotidiano.
Aunque se han logrado avances importantes en la participación de la mujer en la vida pública, el trabajo materno en el hogar sigue sin recibir el reconocimiento ni el acompañamiento suficiente. Muchas madres siguen asumiendo solas la crianza, en jornadas interminables, sin redes ni descanso.
Es momento de pasar del discurso al acto: ofrecer políticas públicas, espacios laborales flexibles, educación emocional comunitaria y, sobre todo, dejar de romantizar la maternidad y empezar a respetarla de forma práctica y activa.
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Criar a un hijo con amor y conciencia en una sociedad que exige productividad inmediata, que juzga sin entender, y que idealiza a la madre sin apoyarla, es un acto de resistencia y de amor profundo.
Y sí, también es un acto revolucionario.
Las madres de niños pequeños son arquitectas del futuro y pilares del presente. Reconocer su rol no es un acto simbólico, es una urgencia social. Su trabajo merece respeto, apoyo concreto y visibilidad constante.
El verdadero cambio empieza cuando dejamos de pedirles que sean “súpermamás” y empezamos a construir una sociedad que las sostenga, las valore y las escuche.
¿Por qué es importante visibilizar el trabajo de las madres en casa?
Porque es un trabajo que sostiene el bienestar emocional, físico y educativo de los niños, aunque no se remunere ni se contabilice formalmente.
¿Qué impacto tiene una madre en la vida de un niño?
Durante esta etapa, la madre influye directamente en el desarrollo emocional, la autoestima, el lenguaje y la capacidad del niño para relacionarse con los demás.
¿Qué puede hacer la sociedad para apoyar a las madres?
Crear redes de apoyo, ofrecer horarios laborales flexibles, garantizar acceso a salud mental, visibilizar su trabajo y evitar la exigencia del perfeccionismo.
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