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El gran sapo
De repente, el gran sapo, que vivía en el estanque hacía muchos años, saltó muy asustado fuera del agua y, con dos brincos, alcanzó la orilla.
El gran sapo vio a un topo y le dijo:
“Ha caído una piedrecita al estanque, pero yo no he visto a ningún animal ni a ningún ser humano por aquí cerca. He mirado hacia arriba y tampoco había ningún pájaro. ¿De dónde habrá salido la piedra?”.
“¡Se trata de un gran misterio”, le dijo el topo y corrió hacia el bosque en busca de su íntima amiga la liebre.
“¡Eh, liebre!”, le dijo cuando la vio. “Una gran piedra ha caído en el estanque y parece que la tiró Pitú, el tucán que está invisible durante diez meses al año”.
La liebre se atemorizó un poco: la presencia de Pitú siempre era un presagio de desgracias. Corrió, como sólo lo puede hacer una liebre, hacia la casa de su gran amigo el puerco espín y le dijo:
“Estamos en un serio peligro. ¡Pitú, el tucán invisible, ha manifestado claramente la intención de destruirnos tirando una enorme piedra en el estanque!”.
El puerco espín se quedó aterrorizado y, empujado por el miedo, se dirigió rápidamente a casa de su amigo el búho que, como era de día, estaba durmiendo.
“¡Gufo, despiértate!”, chilló el puerco espín una vez que había llegado cerca de la rama en la que el pájaro había construido su refugio.
“El cruel tucán Pitú ha tirado una roca en el estanque, con la clara intención de matar al sapo. ¡El mensaje es evidente: después de la muerte del sapo, nos tocará a nosotros!”.
El búho empezó a volar de una forma desordenada, asustadísimo. Después, corrió a casa del lirón, avisó al tejón y también a la gacela, y a todos ellos les dijo:
“El sanguinario tucán Pitú ha matado al sapo catapultándolo bajo un alud. Ahora, nos tocará a nosotros. Debemos abandonar el bosque”.
Lirón, tejón y gacela esparcieron a su vez la voz: al cabo de poco tiempo, todos los habitantes del bosque eran presas del pánico y se disponían a huir del lugar en el que habían nacido, para evitar la destrucción. Mientras tanto, una alegre cigarra, que estaba bien escondida entre la hierba cerca del estanque, le estaba contando a una hormiga:
“Hoy, he querido dar un escarmiento al sapo. He tirado una piedrecita en el estanque para asustarlo, pero aún no sé si lo he conseguido”.
“Eres una inocente”, le dijo la hormiga. “¡Necesitas algo más para asustar a alguien!”.
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